Citroen C6 3.0HDi V6 Excl.
" Suavemente me mata "
Me “mata” de gusto, obviamente. Pues el efecto más logrado de este peculiar Citroen es que la experiencia de viajar sea lo más placentera posible aportando, eso sí, un plus de originalidad del que carece su competencia.
Con el DS “Tiburón” de finales de los cincuenta la marca gala se puso el listón muy alto a la hora de diseñar y producir su berlina tope de gama. Tras los casi treinta años que dicho DS estuvo en el mercado, los de París lo sustituyeron por el CX, otro prodigio del Chic Francés. Estética agresiva, vías delanteras más anchas que las traseras, cómodos butacones en el interior, instrumentación espacial, configuración de 5 puertas y una gama de motores de extensión bíblica. Más tarde, con dos pies en la era de los 90 llegó el XM el cuál parecía, comparado con las berlinas de lujo alemanas coetáneas, de otro planeta. Lástima que su baja fiabilidad le condenara a la hoguera.
En esto que nos plantamos en el S. XXI y Citroen nos obsequia con este C6 “raro-raro” si lo ponemos al lado de un Mercedes pero lógico si atendemos a la trayectoria de la marca antes mencionada.
La primera vez que lo vi me gustó. La primera vez que lo conduje me gustó más todavía, y ahora, con nuevo motor y ligeros retoques, me ha encantado.
Y me encanta porque este coche es absolutamente coherente con la filosofía y planteamiento para el que fue creado: Lujo entendido como lo que realmente es: todo bueno, todo cómodo, todo sencillo.
Bien, empezando por las afueras, hay que decir que su estética no es del todo “sencilla”. Tenemos un morro muy lago rematado por faros y parrilla que le otorgan una simpática cara de besugo. Hacia atrás a duras penas encontramos una línea recta. El techo es hemiesférico y la trasera, quizá lo más personal del vehículo. Los pilotos se extienden por el lateral hasta el pilar C, la tapa del maletero presenta una caída curva y en su primer tramo oculta un alerón retráctil. La luna trasera es cóncava y remata su parte baja en semicírculo. Creo que el parachoques y el porta matrículas es lo único convencional que queda en este lado. Por cierto, doble salida de escape ovalada muy aparente para este motor.
En el interior las cosas se vuelven menos rococó y, a excepción de que las puertas no cuentan con montante, todo lo demás es bastante más convencional. Y por convencional quiero decir limpio, sencillo y práctico.
La consola central aglutina mandos del climatizador y navegador/equipo de música, pero sin apabullar. Frente al pasajero no hay de nada mientras que frente al conductor hay casi de nada: Un volante de cuero con sólo cuatro botones de multifunción y una diminuta capilla con la instrumentación, lo que demuestra la fe ciega de Citroen en su Head Up Display que proyecta la información más relevante sobre el cristal del parabrisas, mientras que el ordenador de a bordo nos da sus datos a través de la pantalla del navegador. Todo muy bien, la información que necesitamos (y no más) puede ser consultada con un vistazo, sin perderse entre agujas ni pantallas multifunción de media pulgada.
Los asientos delanteros son anchos, pero no muy altos, y merced a sus múltiples reglajes eléctricos es fácil conseguir una buena postura al volante.
Entre ambas butacas encontramos la palanca del cambio automático, los botones que suben o bajan la suspensión y el freno de mano eléctrico, que aunque personalmente odie, casa a la perfección con el planteamiento “suavecito” del coche.
Atrás tenemos buenos asientos regulables y calefactables eléctricamente. Caben tres de sobra pues la cota de anchura es generosa, sin embargo sus formas denotan un “con dos basta”. Hay climatizador independiente y espacio para estirar las piernas.
En todas las puertas hay enormes guanteras con una bonita tapa, así como huecos pequeños por otras partes, incluido un reposabrazos delantero mágico que con un botón se extiende, con otro abre una pequeña bandeja y con otro más abre un agujero en el que caben una docena de cajas de CD, el Ipod y el segundo violín de la filarmónica de Bruselas.
El maletero, sin embargo, es pequeño. Suficiente para la mayoría de los asuntos, pero pierde capacidad comparado con la media del segmento. Al menos sus formas son regulares y su boca de carga puede quedar tan baja como quieras con pulsar el botón que rebaja la altura del coche. Echo de menos una apertura más sutil y un cierre motorizado de esta tapa, puestos a pedir.
Vale, es el momento de arrancar.
El motivo de esta prueba viene dado por la incorporación del 3.0V6 HDi del grupo PSA a este modelo, que antes se tenía que “conformar” con el menos ambicioso 2.2HDi de 163CV.
Bien, ahora tenemos 240CV y dos cilindros más… y el resultado se deja notar enseguida, nada más girar la llave convencional con la que este coche se arranca.
Suavidad total. Leve murmullo, como si alguien estuviera haciendo gárgaras en el baño del piso de arriba.
Seleccionamos D y salimos a “tragar millas”. El leve gargarismo se mantiene durante nuestra aceleración para desaparecer cuando establecemos una aceptable velocidad de crucero (125 km/h Dios-y-la-DGT-me-perdonen). En ese momento lo que aparece es el alerón. Me encanta. Sé que es infantil y “ochentero”, pero me encanta.
Hasta esa velocidad hemos llegado como si fuéramos en “monomarcha”. La caja de cambios ha introducido las seis relaciones con delicadeza y sin salto alguno. Hay un pequeño ruido aerodinámico procedente de los no-marcos de las puertas. Casi imperceptible. De hecho desaparece totalmente cuando… pongo la radio.
Entretanto la suspensión nos mece, pero ya no es la alfombra voladora que era de antes. Ahora es mejor. Ahora hay contacto con lo que vas pisando pero sin llegar a ser molesto. Pasa lo mismo con la suavidad de la dirección (algo torpe y lenta, por cierto). “Lee la carretera”, pero te cuenta sólo las partes interesantes.
Y llegamos a los frenos. Vaya frenos. Este es único punto que distorsiona con el aspecto dinámico general del coche. Quiero decir, son demasiado buenos.
He conducido berlinas medias con pretensiones deportivas que se sonrojarían ante el poder de detención y la resistencia al agotamiento de los que equipa este automóvil.
Fantásticos, un roce al pedal y te clavas con la inestimable ayuda de la suspensión hidroneumática que no deja que el morro humille en deceleración.
También insiste en que vire plano, con sólo un guiño para que los pasajeros sepan que están en una curva.
El motor empuja con una mezcla perfecta de contundencia y… lo habéis adivinado: Suavidad. La caja de cambios contempla un modo Sport, otro Snow y un manejo secuencial sin levas. Conocedor de la reciente estadística que dice que sólo el 8% de los conductores de coches automáticos han utilizado más de una vez el cambio secuencial de sus cajas de cambios… lo uso una vez y vale, va bien. Mejor automático total o en modo Sport, que aguanta las marchas hasta las 5.000 rpm. El mismo modo, Sport, lo contempla la suspensión, la cuál, con él activado sigue “leyendo la carretera y contándote lo interesante…” y las partes en las que hay sexo.
Puestos a comparar tenemos que comparar este coche con algo comparable. Y puesto que las berlinas alemanas creen más en la deportividad y en ver cuántos botones eres capaz de pulsar sobre su salpicadero, y las japonesas son un compendio tecnológico que no entienden ni ellos con el manual de instrucciones delante… hemos de buscar su “par” en otro modelo que hace tiempo probé: El Jaguar XF.
El coche “anglo-indio” casi clava las dimensiones de nuestro Citroen, dispone de un interesante motor 3.0D con similar rendimiento, es original y su comportamiento es muy parecido al del coche francés. Es más moderno aunque empeora las prestaciones del C6 lastrado por su mayor peso. Aunque anuncia un consumo menor, en realidad no está muy lejos de los 8,6 litros de media que se ha bebido nuestro coche.
Cuestión de gustos y de precio, pues el Citroen resulta 6.000 euros más económico (aunque son más de 48.000 “del ala”) y viene mucho mejor equipado, lo que quiere decir que a tu bolsillo, también “se lo hará suavecito”.
En esto que nos plantamos en el S. XXI y Citroen nos obsequia con este C6 “raro-raro” si lo ponemos al lado de un Mercedes pero lógico si atendemos a la trayectoria de la marca antes mencionada.
La primera vez que lo vi me gustó. La primera vez que lo conduje me gustó más todavía, y ahora, con nuevo motor y ligeros retoques, me ha encantado.
Y me encanta porque este coche es absolutamente coherente con la filosofía y planteamiento para el que fue creado: Lujo entendido como lo que realmente es: todo bueno, todo cómodo, todo sencillo.
Bien, empezando por las afueras, hay que decir que su estética no es del todo “sencilla”. Tenemos un morro muy lago rematado por faros y parrilla que le otorgan una simpática cara de besugo. Hacia atrás a duras penas encontramos una línea recta. El techo es hemiesférico y la trasera, quizá lo más personal del vehículo. Los pilotos se extienden por el lateral hasta el pilar C, la tapa del maletero presenta una caída curva y en su primer tramo oculta un alerón retráctil. La luna trasera es cóncava y remata su parte baja en semicírculo. Creo que el parachoques y el porta matrículas es lo único convencional que queda en este lado. Por cierto, doble salida de escape ovalada muy aparente para este motor.
En el interior las cosas se vuelven menos rococó y, a excepción de que las puertas no cuentan con montante, todo lo demás es bastante más convencional. Y por convencional quiero decir limpio, sencillo y práctico.
La consola central aglutina mandos del climatizador y navegador/equipo de música, pero sin apabullar. Frente al pasajero no hay de nada mientras que frente al conductor hay casi de nada: Un volante de cuero con sólo cuatro botones de multifunción y una diminuta capilla con la instrumentación, lo que demuestra la fe ciega de Citroen en su Head Up Display que proyecta la información más relevante sobre el cristal del parabrisas, mientras que el ordenador de a bordo nos da sus datos a través de la pantalla del navegador. Todo muy bien, la información que necesitamos (y no más) puede ser consultada con un vistazo, sin perderse entre agujas ni pantallas multifunción de media pulgada.
Los asientos delanteros son anchos, pero no muy altos, y merced a sus múltiples reglajes eléctricos es fácil conseguir una buena postura al volante.
Entre ambas butacas encontramos la palanca del cambio automático, los botones que suben o bajan la suspensión y el freno de mano eléctrico, que aunque personalmente odie, casa a la perfección con el planteamiento “suavecito” del coche.
Atrás tenemos buenos asientos regulables y calefactables eléctricamente. Caben tres de sobra pues la cota de anchura es generosa, sin embargo sus formas denotan un “con dos basta”. Hay climatizador independiente y espacio para estirar las piernas.
En todas las puertas hay enormes guanteras con una bonita tapa, así como huecos pequeños por otras partes, incluido un reposabrazos delantero mágico que con un botón se extiende, con otro abre una pequeña bandeja y con otro más abre un agujero en el que caben una docena de cajas de CD, el Ipod y el segundo violín de la filarmónica de Bruselas.
El maletero, sin embargo, es pequeño. Suficiente para la mayoría de los asuntos, pero pierde capacidad comparado con la media del segmento. Al menos sus formas son regulares y su boca de carga puede quedar tan baja como quieras con pulsar el botón que rebaja la altura del coche. Echo de menos una apertura más sutil y un cierre motorizado de esta tapa, puestos a pedir.
Vale, es el momento de arrancar.
El motivo de esta prueba viene dado por la incorporación del 3.0V6 HDi del grupo PSA a este modelo, que antes se tenía que “conformar” con el menos ambicioso 2.2HDi de 163CV.
Bien, ahora tenemos 240CV y dos cilindros más… y el resultado se deja notar enseguida, nada más girar la llave convencional con la que este coche se arranca.
Suavidad total. Leve murmullo, como si alguien estuviera haciendo gárgaras en el baño del piso de arriba.
Seleccionamos D y salimos a “tragar millas”. El leve gargarismo se mantiene durante nuestra aceleración para desaparecer cuando establecemos una aceptable velocidad de crucero (125 km/h Dios-y-la-DGT-me-perdonen). En ese momento lo que aparece es el alerón. Me encanta. Sé que es infantil y “ochentero”, pero me encanta.
Hasta esa velocidad hemos llegado como si fuéramos en “monomarcha”. La caja de cambios ha introducido las seis relaciones con delicadeza y sin salto alguno. Hay un pequeño ruido aerodinámico procedente de los no-marcos de las puertas. Casi imperceptible. De hecho desaparece totalmente cuando… pongo la radio.
Entretanto la suspensión nos mece, pero ya no es la alfombra voladora que era de antes. Ahora es mejor. Ahora hay contacto con lo que vas pisando pero sin llegar a ser molesto. Pasa lo mismo con la suavidad de la dirección (algo torpe y lenta, por cierto). “Lee la carretera”, pero te cuenta sólo las partes interesantes.
Y llegamos a los frenos. Vaya frenos. Este es único punto que distorsiona con el aspecto dinámico general del coche. Quiero decir, son demasiado buenos.
He conducido berlinas medias con pretensiones deportivas que se sonrojarían ante el poder de detención y la resistencia al agotamiento de los que equipa este automóvil.
Fantásticos, un roce al pedal y te clavas con la inestimable ayuda de la suspensión hidroneumática que no deja que el morro humille en deceleración.
También insiste en que vire plano, con sólo un guiño para que los pasajeros sepan que están en una curva.
El motor empuja con una mezcla perfecta de contundencia y… lo habéis adivinado: Suavidad. La caja de cambios contempla un modo Sport, otro Snow y un manejo secuencial sin levas. Conocedor de la reciente estadística que dice que sólo el 8% de los conductores de coches automáticos han utilizado más de una vez el cambio secuencial de sus cajas de cambios… lo uso una vez y vale, va bien. Mejor automático total o en modo Sport, que aguanta las marchas hasta las 5.000 rpm. El mismo modo, Sport, lo contempla la suspensión, la cuál, con él activado sigue “leyendo la carretera y contándote lo interesante…” y las partes en las que hay sexo.
Puestos a comparar tenemos que comparar este coche con algo comparable. Y puesto que las berlinas alemanas creen más en la deportividad y en ver cuántos botones eres capaz de pulsar sobre su salpicadero, y las japonesas son un compendio tecnológico que no entienden ni ellos con el manual de instrucciones delante… hemos de buscar su “par” en otro modelo que hace tiempo probé: El Jaguar XF.
El coche “anglo-indio” casi clava las dimensiones de nuestro Citroen, dispone de un interesante motor 3.0D con similar rendimiento, es original y su comportamiento es muy parecido al del coche francés. Es más moderno aunque empeora las prestaciones del C6 lastrado por su mayor peso. Aunque anuncia un consumo menor, en realidad no está muy lejos de los 8,6 litros de media que se ha bebido nuestro coche.
Cuestión de gustos y de precio, pues el Citroen resulta 6.000 euros más económico (aunque son más de 48.000 “del ala”) y viene mucho mejor equipado, lo que quiere decir que a tu bolsillo, también “se lo hará suavecito”.
NUESTRA NOTA: 9
Cosas a favor
Estética diferenciada
Confort dinámico
Rendimiento y agrado mecánico
Cosas en contra
Maletero algo escaso
Instrumentación pequeña
Mandos tras el volante baratos y antiguos
MOTOR
- Cilindrada: 2.993 c.c.
- Potencia: 240 CV CEE
- Par: 45,9 mkg
- Tracción: delantera
- Caja de cambios: automática 6 velocidades
Dimensiones
- Largo/ancho/alto: 490/186/146 cms
- Peso: 1.765 kgs
- Ruedas: 235/45R18
- Maletero: 488 l
- Cap. Depósito: 72 l
Prestaciones
- Velocidad máxima: 243 km/h
- Aceleración 0-100km/h: 8,5 seg
- Consumo medio oficial: 7,4 l/100kms
Equipamiento
- Equipamiento: ABS, EDB, BAS, ESP, TCS, 6 airbags + airbag de rodilla para el conductor, alerón móvil, asientos eléctricos calefactables, tapicería de cuero, navegador, faros de xenon direccionales, alerta cambio de carril, instrumentación proyectable, teléfono, equipo de audio especial, alarma, suspensión inteligente...