Citroën C4 1.2PureTech
" La suma de dos "
El nuevo C4 viene a llenar el espacio dejado por el anterior compacto con el que comparte denominación así como darle el relevo al Cactus, aunando las buenas cualidades del primero con la frescura y apuesta por el confort del segundo.
El C4 que se dejó de comercializar en 2018 era un coche fantástico. Completo, bien acabado y de rendimiento más que satisfactorio, cedió su lugar en el mercado arrastrado por la fuerte corriente pseudo-SUV que manda en el segmento desde hace años. Lo del Cactus es distinto. Nació como un ejercicio de estilo, tuvo éxito, se actualizó como una berlina sui-generis de bajo precio y volvió a triunfar. Tanto que puso en un brete al –infinitamente mejor- C3 Aircross. Pero el modelo no daba más de sí, como su línea de montaje en la madrileña Villaverde, que necesitaba espacio para el nuevo C4 con lo que, por la puerta de atrás y sin hacer mucho ruido, salió de nuestro mercado en recientes fechas.
Y en esto que llega el nuevo C4 –desde el inicio con versión eléctrica ë-C4- y de un plumazo, más que borrar el recuerdo de aquellos dos, ofrece una reinterpretación de la suma de ambos.
Para empezar, el exterior que, tratándose de un producto de la marca del doble chevrón, no puede ser del todo “convencional”. Hay pliegues, aristas, abombamientos, detalles, luces y plásticos por doquier. Alguno me lo ha querido comparar con un Nissan Juke o incluso con el Pontiac Aztek (nombrado el coche más feo de la primera década del siglo XXI), pero yo lo veo a años luz de aquel, pues se ve de lejos que el C4 es un coche mucho más trabajado sobre la mesa de diseño.
Me gusta el frontal con lo “faros raros”, el capó lago y plano, la vista lateral con los protectores de plástico, los detalles cromados, las líneas de fuga y de la zaga, lo de la luna partida al estilo del Honda CR-X (y Toyota Prius, entre otros). No me va tanto su “firma LED” trasera con esas rayas rojas que no coinciden ni se sabe de dónde viene o a dónde van, pero al menos, este motor (1.2THP 131CV) con este acabado (Shine) trae dos doble salidas de escape “de verdad” de serie. Finitas, cierto es, pero dan un cierto toque sport que se agradece. Hablando de cosas en formato reducido, las llantas son de 18 pulgadas, pero tienen los neumáticos de sección más estrecha de cuantos coches han pasado por mis manos en el último año. Esto no es malo en absoluto pero, acostumbrado a los rodillos de goma que exhiben algunos modelos de su competencia, resulta llamativo.
Llamativo es también su interior. Los materiales de puertas y salpicadero son correctos, así como sus ajustes. Los hay duros y “semi-blandos” en la parte superior. El volante no es redondo, pero tiene una forma curiosa y cómoda con el embellecedor inferior cóncavo y un agrupamiento lógico de los mandos multifunción.
La instrumentación digital es básica, con cuatro diseños disponibles que tampoco aportan demasiado. Por cierto que cada vez que cambias (y cada vez que arrancas) te tienes que tragar una animación ciertamente vistosa, pero que se hace larga.
La pantalla multimedia central es grande sin embargo, a mi juicio, está un tanto desaprovechada pues hay iconos fijos que no desaparecen selecciones lo que selecciones. El interfaz táctil funciona muy bien y conserva –a Dios gracias- los mandos físicos para el climatizador. A todo esto, hay un montón de salidas de aire y algunas de ellas dobles lo que, sumado al encomiable funcionamiento del ventilador, otorga rápidamente una temperatura muy agradable en el interior.
De ahí pasamos a los huecos y bandejas. Hay un par en la consola central permitiendo una de ellas cargar sin cables el móvil. Cuenta con dos posavasos entre los asientos, apoyabrazos con hueco en su interior, tarjetero a la izquierda del volante y ni una ni dos sino tres guanteras frente al asiento del copiloto. En sentido estricto, una es un soporte plegable para una Tablet y otra una especie de cajón siendo la tercera, la inferior, la más capaz. Pero ahí están.
Los asientos son una gozada de grandes y cómodos, aunque no sujetan demasiado los laterales del cuerpo que tiende a deslizar cuando el coche se inclina al tomar curvas –que se inclina, y no poco, como veremos luego-. La visibilidad es correcta. A pesar de la luna partida y lo tintados de sus cristales, no se ve mal. De hecho, se ve casi mejor que con las cámaras 360 que equipa el modelo y de resolución muy pobre.
Las plazas traseras también cuentan con unos butacones de generosas dimensiones. Hay buen espacio en todas las cotas, tiene saldas de aire independientes y el suelo queda casi plano, al ser un coche con la carrocería ligeramente elevada, lo que permite alojar a tres adultos de una manera razonablemente confortable.
El maletero ofrece unos 360 litros, en línea con la media del segmento. Es cuadrado y muy aprovechable, con redes, doble fondo y ganchos de sujeción en los lados. Los asientos son abatibles 60/40 y ofrece trampilla porta esquís en medio. La apertura es manual y el plano de carga se sitúa a unos 90 cms del suelo.
Vamos a ponernos en marcha.
Una vez arrancado, destaca el bajo nivel de ruido y vibraciones de este tricilíndrico de PSA-Stellantis. Para la prueba disponemos de la versión del 1.2L con 131CV asociado a un cambio manual de 6 velocidades. De este elemento decir que cumple bien con su función. Es suave y preciso, con unos recorridos quizá algo largos y un pomo algo grueso. Pero me ha gustado, y más cuando rodando con un compañero que llevaba el mismo coche pero automático, incluso casi con los mismos kilñometros, al final del recorrido vimos como el nuestro había consumido cerca de medio litro menos de combustible. Y no es la primera vez que nos pasa al comparar las dos versiones de un mismo modelo con mayor eficiencia, al menos sobre el papel, de la variante automática.
Bueno, el caso es que el motor se muestra solvente y el coche corre más de lo que parece. ¿Por qué? En primer lugar porque no he conseguido ajustar el Head Up Display a mi altura perdiéndome parte de su información proyectada sobre la triste lámina de plástico, y en segundo y en serio, por la suspensión y esa sensación de alfombra voladora tan de Citroën. Me encanta.
El C4 hereda el sistema de amortiguación de topes hidráulicos del Cactus, tanto en extensión como en compresión, y verdaderamente marcan la diferencia. Probablemente sea el compacto más cómodo del mercado. Sientes como el C4 te mece donde otros te sacuden, cómo suavemente se va deslizando sobre el asfalto sin sobresaltos ni drama. Pero todo esto, como ya sabréis los que conocéis algún que otro producto del fabricante galo, tiene su contrapartida: la inclinación en las curvas. Este bamboleo es casi más perceptible desde fuera que desde dentro, pero se percibe y puede asustar en un primer momento. No obstante, una vez acostumbrado, hasta se te olvida… a menos que pretendas circular ligero por una carretera de montaña. Pero es que, en general, al C4 no le gustan las prisas. Sus frenos cumplen pero sin aspavientos y la dirección es tan comunicativa como dos vasos atados con un cordel. Seguramente las estrechas gomas de sus ruedas tengan parte de culpa en ambos parámetros, como de la misma manera aporten su granito de arena al consumo medido a los 100kms recorridos en uso mixto y modo “normal” (de hecho, es el único disponible con el cambio manual): 5,5 litros cuando la marca declara 5,3 bajo ciclo WLTP. Muy bien.
Y oye, 100 kms recorridos con gusto dado el extraordinario confort del modelo.
El equipamiento es otro de sus puntos fuertes, pues por los 23.320 euros (agosto de 2021) viene todo de serie –todo lo que está dentro del límite de su precio, se entiende, no vayas a esperar faros láser o suspensión adaptativa- dejando en la lista de opcionales el aparcamiento asistido, la calefacción en el volante y el techo panorámico. Así se ubica mejor todavía en el segmento, con ese plus de originalidad y esas buenas maneras de compacto ligerísimamente elevado. Un producto tremendamente interesante.
Y en esto que llega el nuevo C4 –desde el inicio con versión eléctrica ë-C4- y de un plumazo, más que borrar el recuerdo de aquellos dos, ofrece una reinterpretación de la suma de ambos.
Para empezar, el exterior que, tratándose de un producto de la marca del doble chevrón, no puede ser del todo “convencional”. Hay pliegues, aristas, abombamientos, detalles, luces y plásticos por doquier. Alguno me lo ha querido comparar con un Nissan Juke o incluso con el Pontiac Aztek (nombrado el coche más feo de la primera década del siglo XXI), pero yo lo veo a años luz de aquel, pues se ve de lejos que el C4 es un coche mucho más trabajado sobre la mesa de diseño.
Me gusta el frontal con lo “faros raros”, el capó lago y plano, la vista lateral con los protectores de plástico, los detalles cromados, las líneas de fuga y de la zaga, lo de la luna partida al estilo del Honda CR-X (y Toyota Prius, entre otros). No me va tanto su “firma LED” trasera con esas rayas rojas que no coinciden ni se sabe de dónde viene o a dónde van, pero al menos, este motor (1.2THP 131CV) con este acabado (Shine) trae dos doble salidas de escape “de verdad” de serie. Finitas, cierto es, pero dan un cierto toque sport que se agradece. Hablando de cosas en formato reducido, las llantas son de 18 pulgadas, pero tienen los neumáticos de sección más estrecha de cuantos coches han pasado por mis manos en el último año. Esto no es malo en absoluto pero, acostumbrado a los rodillos de goma que exhiben algunos modelos de su competencia, resulta llamativo.
Llamativo es también su interior. Los materiales de puertas y salpicadero son correctos, así como sus ajustes. Los hay duros y “semi-blandos” en la parte superior. El volante no es redondo, pero tiene una forma curiosa y cómoda con el embellecedor inferior cóncavo y un agrupamiento lógico de los mandos multifunción.
La instrumentación digital es básica, con cuatro diseños disponibles que tampoco aportan demasiado. Por cierto que cada vez que cambias (y cada vez que arrancas) te tienes que tragar una animación ciertamente vistosa, pero que se hace larga.
La pantalla multimedia central es grande sin embargo, a mi juicio, está un tanto desaprovechada pues hay iconos fijos que no desaparecen selecciones lo que selecciones. El interfaz táctil funciona muy bien y conserva –a Dios gracias- los mandos físicos para el climatizador. A todo esto, hay un montón de salidas de aire y algunas de ellas dobles lo que, sumado al encomiable funcionamiento del ventilador, otorga rápidamente una temperatura muy agradable en el interior.
De ahí pasamos a los huecos y bandejas. Hay un par en la consola central permitiendo una de ellas cargar sin cables el móvil. Cuenta con dos posavasos entre los asientos, apoyabrazos con hueco en su interior, tarjetero a la izquierda del volante y ni una ni dos sino tres guanteras frente al asiento del copiloto. En sentido estricto, una es un soporte plegable para una Tablet y otra una especie de cajón siendo la tercera, la inferior, la más capaz. Pero ahí están.
Los asientos son una gozada de grandes y cómodos, aunque no sujetan demasiado los laterales del cuerpo que tiende a deslizar cuando el coche se inclina al tomar curvas –que se inclina, y no poco, como veremos luego-. La visibilidad es correcta. A pesar de la luna partida y lo tintados de sus cristales, no se ve mal. De hecho, se ve casi mejor que con las cámaras 360 que equipa el modelo y de resolución muy pobre.
Las plazas traseras también cuentan con unos butacones de generosas dimensiones. Hay buen espacio en todas las cotas, tiene saldas de aire independientes y el suelo queda casi plano, al ser un coche con la carrocería ligeramente elevada, lo que permite alojar a tres adultos de una manera razonablemente confortable.
El maletero ofrece unos 360 litros, en línea con la media del segmento. Es cuadrado y muy aprovechable, con redes, doble fondo y ganchos de sujeción en los lados. Los asientos son abatibles 60/40 y ofrece trampilla porta esquís en medio. La apertura es manual y el plano de carga se sitúa a unos 90 cms del suelo.
Vamos a ponernos en marcha.
Una vez arrancado, destaca el bajo nivel de ruido y vibraciones de este tricilíndrico de PSA-Stellantis. Para la prueba disponemos de la versión del 1.2L con 131CV asociado a un cambio manual de 6 velocidades. De este elemento decir que cumple bien con su función. Es suave y preciso, con unos recorridos quizá algo largos y un pomo algo grueso. Pero me ha gustado, y más cuando rodando con un compañero que llevaba el mismo coche pero automático, incluso casi con los mismos kilñometros, al final del recorrido vimos como el nuestro había consumido cerca de medio litro menos de combustible. Y no es la primera vez que nos pasa al comparar las dos versiones de un mismo modelo con mayor eficiencia, al menos sobre el papel, de la variante automática.
Bueno, el caso es que el motor se muestra solvente y el coche corre más de lo que parece. ¿Por qué? En primer lugar porque no he conseguido ajustar el Head Up Display a mi altura perdiéndome parte de su información proyectada sobre la triste lámina de plástico, y en segundo y en serio, por la suspensión y esa sensación de alfombra voladora tan de Citroën. Me encanta.
El C4 hereda el sistema de amortiguación de topes hidráulicos del Cactus, tanto en extensión como en compresión, y verdaderamente marcan la diferencia. Probablemente sea el compacto más cómodo del mercado. Sientes como el C4 te mece donde otros te sacuden, cómo suavemente se va deslizando sobre el asfalto sin sobresaltos ni drama. Pero todo esto, como ya sabréis los que conocéis algún que otro producto del fabricante galo, tiene su contrapartida: la inclinación en las curvas. Este bamboleo es casi más perceptible desde fuera que desde dentro, pero se percibe y puede asustar en un primer momento. No obstante, una vez acostumbrado, hasta se te olvida… a menos que pretendas circular ligero por una carretera de montaña. Pero es que, en general, al C4 no le gustan las prisas. Sus frenos cumplen pero sin aspavientos y la dirección es tan comunicativa como dos vasos atados con un cordel. Seguramente las estrechas gomas de sus ruedas tengan parte de culpa en ambos parámetros, como de la misma manera aporten su granito de arena al consumo medido a los 100kms recorridos en uso mixto y modo “normal” (de hecho, es el único disponible con el cambio manual): 5,5 litros cuando la marca declara 5,3 bajo ciclo WLTP. Muy bien.
Y oye, 100 kms recorridos con gusto dado el extraordinario confort del modelo.
El equipamiento es otro de sus puntos fuertes, pues por los 23.320 euros (agosto de 2021) viene todo de serie –todo lo que está dentro del límite de su precio, se entiende, no vayas a esperar faros láser o suspensión adaptativa- dejando en la lista de opcionales el aparcamiento asistido, la calefacción en el volante y el techo panorámico. Así se ubica mejor todavía en el segmento, con ese plus de originalidad y esas buenas maneras de compacto ligerísimamente elevado. Un producto tremendamente interesante.
NUESTRA NOTA: 8.5
Cosas a favor
Extraordinaria comodidad
Compacto con un toque original
Consumo y equipamiento
Cosas en contra
Visión de las cámaras
Inclinación de la carrocería
Cuadro digital pobre
MOTOR
- Cilindrada: 1.199 c.c.
- Potencia: 131 CV CEE
- Par: 230 NM
- Tracción: delantera
- Caja de cambios: manual 6 velocidades
Dimensiones
- Largo/ancho/alto: 436/180/152 cms
- Peso: 1.172 kgs
- Ruedas: 195/60R18
- Maletero: 380 l
- Cap. Depósito: 50 l
Prestaciones
- Velocidad máxima: 200 km/h
- Aceleración 0-100km/h: 8,9 seg
- Consumo medio oficial: 5,4 l/100kms
Equipamiento
- Equipamiento: ABS, BAS, EDB, ESP, 6 airbags, frenada de emergencia, avisador de cambio de carril, detector de fatiga, control de presión de neumáticos, lector de señales de tráfico, sensor de luces y limpias, faros LED, control de velocidad, acceso y arranque sin llave, pantalla multimedia de 10", control de ángulo muerto, cámara trasera, sensores de parking delanteros, cristales traseros tintados...