"Gracias por leer"
En un mundo subordinado a la dictadura de la imagen, la brevedad y la inmediatez, somos pocos los que quedamos en un formato eminentemente textual, nos hemos vuelto, tremendamente "exclusivos".
El último informe PISA (Programa para la Evaluación Internacional de los Estudiantes, por sus siglas en inglés) arrojaba unos datos no por esperados, menos desesperanzadores. En la categoría de lectura, el cincuenta por ciento de los adolescentes perdía la concentración tras tres líneas de texto escrito y el sesenta y pico por ciento no entendía lo que había leído. Patético, pero comprensible. Su “rollo” es el impacto súbito, la brevedad, la imagen y el pasar a otra cosa lo antes posible. ¡Hay tanto donde elegir que… ¿Cómo van a perder cinco minutos de su “preciado” tiempo en leer dos párrafos seguidos?!
Esto traerá mayores consecuencias, pero eso es otro tema. Uno más profundo.
Mi generación, por el contrario, tenía dos canales de televisión generalista, mientras que la información especializada estaba en revistas y libros. Sí, libros, y es que puedo decir orgulloso que mi pequeña biblioteca ofrece cerca de cien volúmenes dedicados al mundo del motor.
Por supuesto había un buen número de cabeceras periódicas que yo devoraba hasta casi aprenderme de memoria. Porque salían una vez a la semana –con suerte, porque las había mensuales y quincenales- con lo que se leían y releían una y otra vez durante la espera al siguiente numero. Y si querías ver en detalle alguna foto de un modelo de automóvil, no quedaba otra que tirar de lupa… O pegarte mucho el papel a la cara.
Las palabras de mis compañeros periodistas más longevos destilaban pasión y conocimientos mecánicos avanzados y sus pruebas, realmente hacían afición.
Era lo que había, y para mí entre otros, fue una suerte de formación.
Doy un salto sobre unos años en los que no pasó nada especialmente reseñable (tres canales más de televisión, dos programa de coches a modo de publirreportajes, el porno codificado del Plus) y me sitúo unos años después cuando llegó internet, y todas esas cabeceras generaron su versión digital al mismo tiempo que nacíamos los “nativos” de la red. Si el estilo y el contenido no dejaba de ser bastante similar –con la correspondiente adaptación a los nuevos tiempos- cambiaban algunas cosas, como la inmediatez. Si alguien presentaba un modelo el martes a las 10 de la mañana, tenías –tienes- la información disponible una hora después. Ya no había que esperar a que saliese la edición semanal de la revista. Eso me gustó bastante, y fue uno de los motivos por los que en su día no dudé en apostar por ese formato.
Así, entre crisis económicas que iban y venían y diversos avatares del sector, todos fuimos continuando el camino on line al tiempo que las publicaciones en papel agonizaban. Algunas desaparecieron, otras se mantienen prácticamente como objetos de colección.
En esto que, de un tiempo a esta parte (quizá algo antes de la pandemia), todos los que nos dedicábamos a la prensa digital comenzamos a ver cómo nuestros datos de lectura acusaban un descenso progresivo digno de tener en cuenta. Youtube nos estaba arrollando sin piedad. Porque… ¿Para qué leer una noticia, información o prueba si se puede ver?
Con ellos nos espabilamos y muchos montamos nuestros canales en dicha plataforma. Pero no pasó demasiado hasta que vimos cómo los visionados bajaban y cómo el público apenas le dedicaba dos o tres minutos a producciones de lo más “curradas” que duraban entre diez y quince. Solución: acortar los videos. ¿Qué puedo decir de tal o a cual cosa en dos minutos? Pues lo básico, que es lo que la gente quiere.
Pero los periodistas tendemos a ser bastante pesados, y el estilo algo añejo de muchos se vio superado por la frescura de los jóvenes “yutubers” apasionados por los automóviles, que nos “pasaban la mano por la cara” en lo que a audiencias y generación de contenidos se refería. Era una lucha que no supimos o no podíamos ganar. Por eso y otros motivos (ley de protección de datos, costes, haters…) nosotros cancelamos nuestro canal.
Y aún faltaba lo mejor: las redes sociales. Allí prácticamente no importa lo que digas mientras digas algo. Corto e impactante, eso sí.
Yo respeto y defiendo estos medios, pero tras probarlos, descubrimos que éramos un pez fuera del agua, boqueando angustiosamente para que alguien nos hiciera caso.
Otros compañeros no han cejado en su empeño aunque como muchos me reconocen, es un poco estar por estar. Porque en realidad, ni es tu público, ni es tu medio ni lo vas a conseguir amortizar (porque cuando estés a punto, otra red nueva y más de moda surgirá).
Total que nosotros, cerrando el círculo y no por estatismo sino por creer en lo que hacemos, decidimos quedarnos como revista online. Nuestro público, tras unos años viniéndose a menos, por suerte se ha estabilizado. Como si hubiéramos hecho una limpia en casa, de esas que se hacen cada diez años –o superior.
Somos los que somos y estamos los que estamos.
¿Pocos? ¿Raros? ¿Viejos? ¿Marginados? En absoluto. Exclusivos. Los que insistimos en este formato nos estamos convirtiendo en un club de lo más elitista. Sin duda.
Porque cuando nadie entienda ni el sentido del título de una canción, el eslogan de un perfume o las dos líneas de advertencia de muerte que trae el aguarrás, quedará una minoría que, además de apasionados por el motor, serán capaces de llegar al final de un editorial tan árido y extenso como este. Y con ello, en justicia, se pueden y deben sentir miembros de una especie superior.
A todos ellos, sólo les puedo decir, sinceramente gracias por leer.