"No es por ti, es por mí"
Tras convivir un tiempo con un coche eléctrico actual, me he dado cuenta de que el problema no es él… sino yo mismo.
Como dos novios que se separan y uno de ellos reconoce que el problema no está en el otro sino en él mismo, yo me he despedido de mi primer coche eléctrico en prueba de larga duración con la misma sensación: le he fallado yo… y mi entorno.
No voy a entrar aquí en el debate de dónde viene la electricidad que consumen estos coches y cuánto se contamina al fabricar sus baterías. Estoy aburrido de decirlo y allá cada cual con su conciencia e ignorancia. El caso es que los eléctricos están aquí para quedarse y por eso me traje uno a casa.
El primer problema fue que tuve que mover a los otros ocupantes del garaje para dejarle paso franco hasta el enchufe. Que sí que el cable es muy largo, pero tampoco era plan estar pasando por encima del techo del resto de vehículos o arrastrándome bajo ellos.
El otro problema que encontré fue que yo sólo conozco dos tipos de enchufe: el normal y otro más gordo al que –creo- se enchufa la lavadora. Y en internet me habían vuelto loco con los tipo shucko, menekes, chademo, jaquenauer, pumuki y compañía. La madre que os parió a todos. Culpables sois los electricistas frustrados de la red de que se me encogiera el corazón la primera vez que decidí enchufar mi coche. Pero resultó que este modelo en cuestión, contempla dos cargadores: el normal –enchufe redondito de toda la vida- y el grande, que es para postes “ad hoc” y que se supone que es de carga rápida. Bien, pues primeros obstáculos salvados.
El siguiente con el que tropecé fue el olvidarme de enchufarlo al tercer día. Sí, se me pasó de tal manera que al día siguiente sólo disponía de la autonomía remanente. Unos 160kms. Debían ser bastantes, pero bueno, si eso, ya lo enchufaría en la oficina. Iluso de mí.
Allí sólo hay cuatro enchufes para un parking de 120 plazas y mi coche hace el quinto en discordia y su dueño –servidor, al parecer es el que menos madruga de todos. Con lo que estaban los cuatro ocupados y no sé de quién son los coches para pedir la vez al último. Que esto es como si vas a una gasolinera de cuatro surtidores y llegan cuatro coches que, tras repostar su depósito, quedan aparcados ahí durante todo el día.
Si no es lo mismo es porque estos enchufes de los que hablo están, efectivamente, en un aparcamiento, y desconozco si sus usuarios pagan algo más por su uso y disfrute en exclusiva. Pero algo me hace pensar que no es así…
Vale, pues salgo a comer, con prisa, con lo que sólo me quedan 100 kms de autonomía en base a mi “exigente” estilo de conducción. Quito la calefacción. Me congelo. Al menos la radio consume poco. Me caliento cantando. Llego a casa sano y salvo -77kms de rango-. Le enchufo y cojo mi otro coche.
Cuando vuelvo por la tarde han saltado los plomos. Calefacción, secadora, plancha y coche todo a la vez parece haber resultado excesivo para mi instalación. Mi chica me espera a oscuras con cara de pocos amigos…
Aprendo a ponerme un recordatorio en el móvil para cargar el coche cada noche. La cosa parece controlada. Los eléctricos de mi parque empresarial siguen cada mañana en su puesto. Empiezo a pensar que están atornillados en el suelo.
Pruebo a cargar en un centro comercial. Tengo que llamar a un número de teléfono para que me abran el cajetín del enchufe y resulta que es convencional del tipo “chucu-chucu” o algo así, me dicen. Pues vale. En una hora cargo un 7%. Algo es algo.
Otro día voy a otro centro comercial. Resulta que los cargadores “guays” están reservados para dueños “guays” de coches “guays” (Tesla), afortunadamente al lado hay otros de otra marca “guay” pero que “se lo tiene menos creído” (BMW i) y me dejan enchufar. Una pasada. 70% en menos de dos horas. Me empiezo a plantear poner unos de esos en casa hasta que me dicen que sale por unos 2.000 euros.
Bueno, pues un par de días después me voy con mi eléctrico al centro de la ciudad (Madrid) y me las prometo muy felices. Me espero circular por esa zona de exclusión llamada Madrid Central rodeado de mis iguales. Error. Junto a mí sólo circulan taxis, VTC y diesel de residentes. Sólo me cruzo con otro eléctrico por la Gran Vía.
Vuelvo al día siguiente y pretendo aparcar cerca de Las Cortes. Parking completo. El siguiente, también. Comienzo a callejear. Sin éxito. Me acabo saliendo de la “almendra central” para poder estacionar. En la calle como todos. Bien vale que no pago ticket.
En el silencio de mi coche comienzo a oír crujidos y chasquidos. Mi conducción se vuelve tan vigilante que los límites de velocidad se convierten en puramente aspiracionales. Llego tarde todos los días a todas partes. Pero cuando le cojo el truco, hasta me divierto. La cosa se pone seria cuando me toca enchufar mi coche en plena calle lloviendo a mares. No me la juego. Que es alta tensión.
Así transcurren mis días y sus noches. El coche no hace nada mal. Todos los problemas me los he buscado yo y mi circunstancia. Quizá no estoy aun preparado para dar el paso de mi anacrónico V8 a esta nueva movilidad, tal vez es mi condición de amateur o la del resto del mundo que me rodea. Sea por lo que sea, a la hora de decirnos adiós, la frase que titula este editorial, no deja de resonar en mi cabeza.
No voy a entrar aquí en el debate de dónde viene la electricidad que consumen estos coches y cuánto se contamina al fabricar sus baterías. Estoy aburrido de decirlo y allá cada cual con su conciencia e ignorancia. El caso es que los eléctricos están aquí para quedarse y por eso me traje uno a casa.
El primer problema fue que tuve que mover a los otros ocupantes del garaje para dejarle paso franco hasta el enchufe. Que sí que el cable es muy largo, pero tampoco era plan estar pasando por encima del techo del resto de vehículos o arrastrándome bajo ellos.
El otro problema que encontré fue que yo sólo conozco dos tipos de enchufe: el normal y otro más gordo al que –creo- se enchufa la lavadora. Y en internet me habían vuelto loco con los tipo shucko, menekes, chademo, jaquenauer, pumuki y compañía. La madre que os parió a todos. Culpables sois los electricistas frustrados de la red de que se me encogiera el corazón la primera vez que decidí enchufar mi coche. Pero resultó que este modelo en cuestión, contempla dos cargadores: el normal –enchufe redondito de toda la vida- y el grande, que es para postes “ad hoc” y que se supone que es de carga rápida. Bien, pues primeros obstáculos salvados.
El siguiente con el que tropecé fue el olvidarme de enchufarlo al tercer día. Sí, se me pasó de tal manera que al día siguiente sólo disponía de la autonomía remanente. Unos 160kms. Debían ser bastantes, pero bueno, si eso, ya lo enchufaría en la oficina. Iluso de mí.
Allí sólo hay cuatro enchufes para un parking de 120 plazas y mi coche hace el quinto en discordia y su dueño –servidor, al parecer es el que menos madruga de todos. Con lo que estaban los cuatro ocupados y no sé de quién son los coches para pedir la vez al último. Que esto es como si vas a una gasolinera de cuatro surtidores y llegan cuatro coches que, tras repostar su depósito, quedan aparcados ahí durante todo el día.
Si no es lo mismo es porque estos enchufes de los que hablo están, efectivamente, en un aparcamiento, y desconozco si sus usuarios pagan algo más por su uso y disfrute en exclusiva. Pero algo me hace pensar que no es así…
Vale, pues salgo a comer, con prisa, con lo que sólo me quedan 100 kms de autonomía en base a mi “exigente” estilo de conducción. Quito la calefacción. Me congelo. Al menos la radio consume poco. Me caliento cantando. Llego a casa sano y salvo -77kms de rango-. Le enchufo y cojo mi otro coche.
Cuando vuelvo por la tarde han saltado los plomos. Calefacción, secadora, plancha y coche todo a la vez parece haber resultado excesivo para mi instalación. Mi chica me espera a oscuras con cara de pocos amigos…
Aprendo a ponerme un recordatorio en el móvil para cargar el coche cada noche. La cosa parece controlada. Los eléctricos de mi parque empresarial siguen cada mañana en su puesto. Empiezo a pensar que están atornillados en el suelo.
Pruebo a cargar en un centro comercial. Tengo que llamar a un número de teléfono para que me abran el cajetín del enchufe y resulta que es convencional del tipo “chucu-chucu” o algo así, me dicen. Pues vale. En una hora cargo un 7%. Algo es algo.
Otro día voy a otro centro comercial. Resulta que los cargadores “guays” están reservados para dueños “guays” de coches “guays” (Tesla), afortunadamente al lado hay otros de otra marca “guay” pero que “se lo tiene menos creído” (BMW i) y me dejan enchufar. Una pasada. 70% en menos de dos horas. Me empiezo a plantear poner unos de esos en casa hasta que me dicen que sale por unos 2.000 euros.
Bueno, pues un par de días después me voy con mi eléctrico al centro de la ciudad (Madrid) y me las prometo muy felices. Me espero circular por esa zona de exclusión llamada Madrid Central rodeado de mis iguales. Error. Junto a mí sólo circulan taxis, VTC y diesel de residentes. Sólo me cruzo con otro eléctrico por la Gran Vía.
Vuelvo al día siguiente y pretendo aparcar cerca de Las Cortes. Parking completo. El siguiente, también. Comienzo a callejear. Sin éxito. Me acabo saliendo de la “almendra central” para poder estacionar. En la calle como todos. Bien vale que no pago ticket.
En el silencio de mi coche comienzo a oír crujidos y chasquidos. Mi conducción se vuelve tan vigilante que los límites de velocidad se convierten en puramente aspiracionales. Llego tarde todos los días a todas partes. Pero cuando le cojo el truco, hasta me divierto. La cosa se pone seria cuando me toca enchufar mi coche en plena calle lloviendo a mares. No me la juego. Que es alta tensión.
Así transcurren mis días y sus noches. El coche no hace nada mal. Todos los problemas me los he buscado yo y mi circunstancia. Quizá no estoy aun preparado para dar el paso de mi anacrónico V8 a esta nueva movilidad, tal vez es mi condición de amateur o la del resto del mundo que me rodea. Sea por lo que sea, a la hora de decirnos adiós, la frase que titula este editorial, no deja de resonar en mi cabeza.