"Resaltos letales"
Todos coincidiréis conmigo en lo molestos que resultan en la conducción diaria los resaltos y badenes que pueblan nuestras ciudades. Pues imaginad lo que son para los enfermos.
A finales del siglo XX y principios del XXI junto con la proliferación de las glorietas aparecieron los resaltos en las vías como medida de “calmado de tráfico”. Tanto una cosa como la otra eran un tipo de construcción y obra pública y, quizá por ello, gozaron de una extraordinaria difusión, a pesar de que su legalidad no estaba del todo clara y no existía una norma homogénea sobre su colocación y características.
Yo, que soy un “niño de urbanización”, recuerdo ahora con añoranza esas “chinchetas” grandes que teníamos a la entrada y a la salida del barrio –y que pronto aprendimos a pasar con la bici, y luego Vespino, en diagonal- como única manera de ralentizar el paso. Un paso que, por otro lado y en mi caso, rara vez excedía los 40 km/h.
Y luego llegaron los badenes, y el recorrido y la velocidad seguía siendo la misma, pero todo se hacía de manera mucho más molesta y a algunos les condicionaba incluso el tipo de coche a comprar.
Pues bien, así las cosas, un vecino de Atziniega –Bilbao- de 62 años y llamado Mateo Lafragua ha puesto de relieve que esos resaltos van mucho más allá del mero incordio para un determinado tipo de viajeros: los enfermos trasladados en ambulancia.
Este buen hombre, enfermo renal, con doble transplante e innumerables viajes al hospital, decidió profundizar en el tema y, tras un par de años recopilando datos entre profesionales sanitarios, conductores de urgencias, pacientes, instituciones y administraciones, publicó un interesante informe titulado “La repercusión de los resaltos en el transporte sanitario y de emergencias” (lo podéis buscar en Google).
En él queda clara la inconveniencia de estas trampas del asfalto en estos traslados, puesto que generan hasta 4,3 segundos de retraso en el trayecto por cada uno de ellos, y en ocasiones evitarlos obliga a dar un rodeo que puede añadir un 10% de tiempo a la duración del viaje; agravan o complican las lesiones de algunos pacientes, como los que sufren fracturas, daños vertebrales y hasta reabrir de nuevo heridas internas que habían dejado de sangrar; por supuesto todo ello genera un aumento considerable del dolor del paciente y un sufrimiento, más allá de la gravedad, completamente innecesario; por otro lado complican la monitorización, el soporte de los enfermos y el trabajo de los sanitarios, que luchan porque las vías no se salgan, la intubaciones se mantengan y los respiradores no dejen de funcionar. En muchos casos acabando magullados, pacientes y sanitarios, por los golpes que se dan; Tampoco es infrecuente que determinados enfermos se desestabilicen al pasar por estas “fantásticas medidas de control del tráfico”.
Todo ello sin contar con el estrés que generan en todos aquellos que intentan llegar lo antes posible en el hospital.
Yo todo ello lo he vivido, de manera profesional y personal, y reconozco mi fallo al haberlo dejado estar, como dice acertadamente el autor de informe, en una “charla de bar”.
El problema existe y ahora la solución ha de venir de los responsables pertinentes (amigos gobernantes, os recuerdo -porque os veo un poco distraídos- que el poder implica responsabilidad).
Pero como no me fío mucho de esta gente, antes de ponerse a picar y crear otra zanja en la vía que no consiga solucionar nada, yo propongo dotar a toda ambulancia de una suspensión neumática con carrocería sobre elevada. Es una manera que, si no hace desaparecer totalmente el resalto, lo convierte -como en un buen coche de lujo- en mera anécdota.
Claro, habría que rascarse el bolsillo con alguna subvención y tal, pero es dinero que se recupera ya que logramos que no empeore la salud del paciente y por ello salga más barato a la sanidad y, en el peor/mejor de los casos, mantendremos con vida a un contribuyente más.
Yo, que soy un “niño de urbanización”, recuerdo ahora con añoranza esas “chinchetas” grandes que teníamos a la entrada y a la salida del barrio –y que pronto aprendimos a pasar con la bici, y luego Vespino, en diagonal- como única manera de ralentizar el paso. Un paso que, por otro lado y en mi caso, rara vez excedía los 40 km/h.
Y luego llegaron los badenes, y el recorrido y la velocidad seguía siendo la misma, pero todo se hacía de manera mucho más molesta y a algunos les condicionaba incluso el tipo de coche a comprar.
Pues bien, así las cosas, un vecino de Atziniega –Bilbao- de 62 años y llamado Mateo Lafragua ha puesto de relieve que esos resaltos van mucho más allá del mero incordio para un determinado tipo de viajeros: los enfermos trasladados en ambulancia.
Este buen hombre, enfermo renal, con doble transplante e innumerables viajes al hospital, decidió profundizar en el tema y, tras un par de años recopilando datos entre profesionales sanitarios, conductores de urgencias, pacientes, instituciones y administraciones, publicó un interesante informe titulado “La repercusión de los resaltos en el transporte sanitario y de emergencias” (lo podéis buscar en Google).
En él queda clara la inconveniencia de estas trampas del asfalto en estos traslados, puesto que generan hasta 4,3 segundos de retraso en el trayecto por cada uno de ellos, y en ocasiones evitarlos obliga a dar un rodeo que puede añadir un 10% de tiempo a la duración del viaje; agravan o complican las lesiones de algunos pacientes, como los que sufren fracturas, daños vertebrales y hasta reabrir de nuevo heridas internas que habían dejado de sangrar; por supuesto todo ello genera un aumento considerable del dolor del paciente y un sufrimiento, más allá de la gravedad, completamente innecesario; por otro lado complican la monitorización, el soporte de los enfermos y el trabajo de los sanitarios, que luchan porque las vías no se salgan, la intubaciones se mantengan y los respiradores no dejen de funcionar. En muchos casos acabando magullados, pacientes y sanitarios, por los golpes que se dan; Tampoco es infrecuente que determinados enfermos se desestabilicen al pasar por estas “fantásticas medidas de control del tráfico”.
Todo ello sin contar con el estrés que generan en todos aquellos que intentan llegar lo antes posible en el hospital.
Yo todo ello lo he vivido, de manera profesional y personal, y reconozco mi fallo al haberlo dejado estar, como dice acertadamente el autor de informe, en una “charla de bar”.
El problema existe y ahora la solución ha de venir de los responsables pertinentes (amigos gobernantes, os recuerdo -porque os veo un poco distraídos- que el poder implica responsabilidad).
Pero como no me fío mucho de esta gente, antes de ponerse a picar y crear otra zanja en la vía que no consiga solucionar nada, yo propongo dotar a toda ambulancia de una suspensión neumática con carrocería sobre elevada. Es una manera que, si no hace desaparecer totalmente el resalto, lo convierte -como en un buen coche de lujo- en mera anécdota.
Claro, habría que rascarse el bolsillo con alguna subvención y tal, pero es dinero que se recupera ya que logramos que no empeore la salud del paciente y por ello salga más barato a la sanidad y, en el peor/mejor de los casos, mantendremos con vida a un contribuyente más.